Frases de: ¡Guardias!¿ ¿guardias?:
Es terrible tener diciséis años y descubrir que te has equivocado de especie.
Todos los enanos son de naturaleza obedientes, serios, disciplinados y tranquilos, y su único defectillo es la tendencia, después de la primera copa, de correr hacia los enemigos gritando <<¡Aaaaarrrrrggggg!>> y cortarles las piernas por las rodillas de un hachazo.
Este chico no conoce la palabra <>. De hecho ojalá conociera la palabra <<>>
Hay muchas visiones espantosas en el multiuniverso. Pero, para un alma sintonizada con los sutiles ritmo vitales de una biblioteca, pocas de ellas son peores que un hueco donde debería haber un volumen.
Alguien había robado un libro.
El patricio no creía en la crueldad inecesaria. En cambio, por supuesto, era partidario de la crueldad necesaria.
La gente de la avenida Pastelito tenía dinero de generaciones (...) era tan orgullosa que, según se decía, no hablaban ni con los dioses. Esto no era del todo cierto. Estarían dispuestos hablar con los dioses, siempre y cuando fueran dioses de alta posición y buena familia.
Aquella era un ciudad extraña, donde tenían tantas leyes y se dedicaban con estusiasmo a quebrantarlas.
Este asunto místico era una maravilla. Les cuentas una mentira, y cuando ya no la necesitas más le cuentas otra, y les dices que están progresando en el camino de la sabiduría. Entonces, en vez de reírse, te siguen todavía más, con al esperanza de encontrar la verdad al final de todas las mentiras. Y así, poco a poco, aceptan lo inaceptable.
Algunas personas han nacido para mandar. Otras personas llegan a mandar. Y a otras, el mando les cae encima. El sargento se encotraba ahora en esta última categoría, y no le hacia ni la menor gracia.
Aquello no era limpio. O quizás era demasiado limpio. La verdad y la realidad nunca eran tan limpias.
El bibliotecariao estaba acostumbrado a luchar contra texto aterradores en alguno de los peores libros jamás encuadernados, con palabras que intentaban leerte al tiempo que tú las leías a ellas.
¿Cómo tenéis la desfachatez de criticar lo que hago?(...)Se suponne que nosotros [los dragones] somos crueles, astutos, desalmados, terribles. Pero te diré una cosa, simio (...) nunca quemamos a uno de los nuestros y lo llamamos moralidad.
Se decía que jugaban con los destinos de los hombres, aunque nadie tenía ni la menor idea de a qué estaban jugando. Pero, por supuesto, habia reglas. Todo el mundo sabía que había reglas y había que cruzar los dedos para que los dioses lo supieran también.
No es una maldad creativa (...). Aceptan el mal, no porque digan sí, sino porque no dicen no.
Lo único que haceis bien las personas buenas es libraros de las malas (...)El primer día suenan las campanas porque ha caído el tirano, y al día siguiente todo el mundo empieza a quejarse (...) porque la gente mala sabe hacer planes. Se podría decir que es un requisito indispensable para ser malo. Hasta el último tirano malévolo ha tenido un plan para dominar el mundo. En cambio, la gente buena no parece comprender el concepto.
Ella no podía hacerlo peor, pero claro, él no podía hacerlo menor. Quizás hubiera una especie de equilibrio.
Es terrible tener diciséis años y descubrir que te has equivocado de especie.
Todos los enanos son de naturaleza obedientes, serios, disciplinados y tranquilos, y su único defectillo es la tendencia, después de la primera copa, de correr hacia los enemigos gritando <<¡Aaaaarrrrrggggg!>> y cortarles las piernas por las rodillas de un hachazo.
Este chico no conoce la palabra <
Hay muchas visiones espantosas en el multiuniverso. Pero, para un alma sintonizada con los sutiles ritmo vitales de una biblioteca, pocas de ellas son peores que un hueco donde debería haber un volumen.
Alguien había robado un libro.
El patricio no creía en la crueldad inecesaria. En cambio, por supuesto, era partidario de la crueldad necesaria.
La gente de la avenida Pastelito tenía dinero de generaciones (...) era tan orgullosa que, según se decía, no hablaban ni con los dioses. Esto no era del todo cierto. Estarían dispuestos hablar con los dioses, siempre y cuando fueran dioses de alta posición y buena familia.
Aquella era un ciudad extraña, donde tenían tantas leyes y se dedicaban con estusiasmo a quebrantarlas.
Este asunto místico era una maravilla. Les cuentas una mentira, y cuando ya no la necesitas más le cuentas otra, y les dices que están progresando en el camino de la sabiduría. Entonces, en vez de reírse, te siguen todavía más, con al esperanza de encontrar la verdad al final de todas las mentiras. Y así, poco a poco, aceptan lo inaceptable.
Algunas personas han nacido para mandar. Otras personas llegan a mandar. Y a otras, el mando les cae encima. El sargento se encotraba ahora en esta última categoría, y no le hacia ni la menor gracia.
Aquello no era limpio. O quizás era demasiado limpio. La verdad y la realidad nunca eran tan limpias.
El bibliotecariao estaba acostumbrado a luchar contra texto aterradores en alguno de los peores libros jamás encuadernados, con palabras que intentaban leerte al tiempo que tú las leías a ellas.
¿Cómo tenéis la desfachatez de criticar lo que hago?(...)Se suponne que nosotros [los dragones] somos crueles, astutos, desalmados, terribles. Pero te diré una cosa, simio (...) nunca quemamos a uno de los nuestros y lo llamamos moralidad.
Se decía que jugaban con los destinos de los hombres, aunque nadie tenía ni la menor idea de a qué estaban jugando. Pero, por supuesto, habia reglas. Todo el mundo sabía que había reglas y había que cruzar los dedos para que los dioses lo supieran también.
No es una maldad creativa (...). Aceptan el mal, no porque digan sí, sino porque no dicen no.
Lo único que haceis bien las personas buenas es libraros de las malas (...)El primer día suenan las campanas porque ha caído el tirano, y al día siguiente todo el mundo empieza a quejarse (...) porque la gente mala sabe hacer planes. Se podría decir que es un requisito indispensable para ser malo. Hasta el último tirano malévolo ha tenido un plan para dominar el mundo. En cambio, la gente buena no parece comprender el concepto.
Ella no podía hacerlo peor, pero claro, él no podía hacerlo menor. Quizás hubiera una especie de equilibrio.
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