11 ene 2010

El pez dorado de Clézio


El pez dorado de M.J.G le Clézio es uno de los libros más magnificos y hermosos que he leido nunca. Envolvente, trágico y poético habla: del desarraigo, la búsqueda de uno mismo, el racismo, la maldad y la bondad de las personas...habla de todo, porque cuenta una vida ( la de una niña marroquí raptada y vendida a los seis años) de una forma directa y contundente, hasta hacer estremecer.

Narrado en primera persona, es un libro de solo 231 pg, que se puede leer en una parada de autobus porque tiene el poder de "secuestrarte" y olvidarte de todo por mucho ruido que halla alrededor.

Leyendolo podemos aprender a valorar todo lo que tenemos y sobre todo a valorar a los demás.


Frases del pez dorado (título original del libro: Poisson d´or)

Empecé a valorar mi libertad y me prometí a mí misma que, pasara lo que pasara, jamás dejaría que nadie me la quitara.

Me cazaban, y para ello utilizaban las trampas de sus sentimientos, de sus debilidades.

Lo que me decía me hacía estremecer, era tan profundo como la verdad.

Yo empezaba a comprender que el mundo es un lugar muy pequeño y que cuando se tira del hilo adecuado, se arrastra todo, es decir, los que son alguien están unidos los unos a los otros y dirigen a todos los demás.

Cuando uno tiene hambre, vuelve los ojos hacia dentro.

Era todo tan bonito, que me quedaba dormida.

Me gustaba coleccionar palabras. Para cantarlas, para lanzarlas en la habitación, para oirlas rebotar y romperse en mil pedazos, o por el contrario, para oirlas crecer en el suelo como una fruta madura.

Ahora me sentía muy vieja, bueno, no exactamente vieja, sino diferente, más pesada, con más experiencia.

No había ningún lugar tranquilo en ninguna parte. Cuando una encontraba un rincón aislado, un agujero, una gruta o una placita olvidada, siempre tenía que haber algun gesto obsceno, una mierda o un mirón.

De pronto me sentí muy sola. Como si por fin hubiera comprendido que realmente me iba de allí, porque todos se habían ido antes que yo.

Pensaba que en el mundo no había ningún lugar para mí, que fuera donde fuera me dirían que ése no era mi país, que tendría que pensar en irme a otra parte.

El alcande debió de dar instruccciones para que detuvieran a algunos traficantes de drogas, sólo para conseguir que le hicieran una foto y hablaran de él en los periódicos, y, no sé porqué, había elegido la calle Robinson - probablemente porque allí nunca pasaba nada-.

Sentía un gran vacío, como el que se siente en los pasillos del metro cuando todo el mundo se va.

Camino en sentido contrario al de los vehículos, es algo que sé por instinto. Si caminas en el mismo sentido que ellos, no los ves venir. Tú eres la presa, la víctima.

Oía la música con todo mi cuerpo, me envolvía un escalofrío que se deslizaba por mi piel, que me hacía daño incluso en los nervios, en los huesos. Los sonidos inaudibles subían por mis dedos, se mezclaban con mi sangre, con mi respiración

Podía irme sin ningún problema. Tal vez por eso mismo me haya quedado.

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